Un peso
Hay niebla donde mire. Escucho pisadas que se multiplican, que me persiguen. Camino sin rumbo y sin descanso. Caigo. Eso es todo. La bocacalle es suya: somos suyos. Escucho murmullos, risas y luego unos gritos como salidos de la hora más oscura. La niebla no se disipa. Estoy perdido. Corro y caigo de nuevo. Ahora los ruidos se dirigen hacia mí. En la niebla se asoma un cuerpo sin rostro. ¿Algo que lo identifique? Nada. Ha de ser el rostro de la muerte, que es todos y ninguno al mismo tiempo. Intento un grito. El cuerpo pasa por mi lado y me arroja una moneda. La bocacalle no está más y él (o ella) sigue su camino. 
Pasaron varios años y hoy, por fin, me doy cuenta: ese día morí, por un momento, y este peso es el pago (sin duda desperdiciado) que aquel cuerpo sin rostro me guardaba para el barquero.
UN PESO
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